lunes, 11 de febrero de 2013

Eso llamado...

Los que me conocen saben que tengo una memoria horrible para una de mis pasiones, la música. Soy incapaz de retener nombres de canciones, de discos y de los integrantes de las bandas. Escucho grupos en bares que me encantan y en muchas ocasiones necesito estrujarme las neuronas para saber decirte de que grupo son... todo un desastre. Pero me encanta la música. Gracias a ella soy capaz de cerrar los ojos y transportarme a situaciones de mi vida y momentos concretos que sería incapaz de recordar de cualquier otra manera. Soy capaz de escuchar discos enteros sin dejar de llorar o de sonreír.
A los 7 años empecé a tocar el piano. Recuerdo a mi profesor llamando a gente para que viniera a clase y me vieran tocar... tal vez, hasta lo hacía bien.
Pero claro, no podía ser todo perfecto y me cansé de "Para Elisa", cosa que le dije abiertamente a Luis (así se llamaba el profe) pero no me hizo demasiado caso y jamás volví a sus clases. Genio y figura desde los 7 añitos... a veces pienso que no es bueno tanto carácter. No he vuelto a retomarlo en serio pero algún día lo haré. Tal vez me convierta en una artista entrada en años, de esas que solo venden cuando ya están muertas.
Pero todo esto ni importa si luego, una tarde cualquiera como la de hoy, te tumbas en la cama a escuchar Pink Floyd durante horas y notas que es como montar en una montaña rusa de sentimientos: llorar, sonreír  llorar, sonreír, llorar... y así sucesivamente. Y lo peor de todo es que eres incapaz de darle al STOP y ponerte a escuchar otra cosa porque en el fondo te gusta... te encanta.